Brindis

El de la sonrisa de la Tierra.
Quien habita en el centro de los ojos de un camello.
El que mueve los hilos del romano.
Quien te dio tres mares en sólo una luna.
El que busca la flor del Perú
Quien sacó el tímpano al ombligo de una guitarra.
Quien me hizo bailar con Tere.
El eterno inocente.
El eterno instante en que encaja todo
y lleva uno hacia otro, otro hacia uno.
Pero no se puede llevar al poeta en el brazo
sin haber sentido la sangre en cada una de las venas.
No, no puede creerse que el cielo ha bajado de golpe
sin haber sentido el relámpago donde uno sospecha
que tal vez hay error, que la noche no sigue al día
como ha debido seguirlo. Ah, todo es como un bosque
que es tronco y mariposa, una selva que es caos y miedo,
mucho miedo y tigre,
un desierto espina herida
como la tuya o la mía y
puente (sin embargo)
al de la sonrisa de la Tierra,
a ti, león terrible,
araña, barco ebrio,
somos hombre que es nada,
mujer que es arena.
Nos fue negado ser; imaginar es recordarlo.
Los ángeles nacerán de este reproche infinito
que a veces es un gesto, una palabra,
la justa condena:
la asfixia inspira,
y con los brazos
y las alas de los pájaros
intuyo que estoy preso en las redes de un poema
goya
goya
goya
goya
y que me echen al urtugalgo.
Y si al final no hay ángeles,
y si al final sólo era un puñado de polvo,
qué importa,
qué importa si al fin no
es cierto el dragón ni nosotros.
Seguiremos riendo y llorando por ti, belleza,
latiendo el eco de tu madre,
la nuestra:
a nosotros nos hicieron de barro,
no de mancha ni pureza.
Mi corazón tiene fiebre,
sea este brindis por la cuarenta y uno,
ese absurdo absoluto que no merece un número,
ni siquiera una vocal,
esa a veces esperanza de una cosa más sincera,
algo así como el superchango
o el grito o un canto:
Take anything you want from me,
anything,
fly on little wing.