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2.12.07

La Banca

Sentado en la banca más sucia del parque. No había ningún movimiento. Todo en silencio, todo en calma. Sus manos yacían tensas, una junto a otra, sobre sus piernas. Los ojos clavados en las rodillas tampoco se movían.

Junto a sus pies, que se encuentran desnudos a pesar del lodo que había alrededor, una correa. La correa de un reloj seguramente fino por la textura de la piel, tan suave, tan limpia…
De pronto una de sus manos se extiende. Movimientos torpes que luego se descontrolan. La mano sube, baja, gira y se detiene a punto de tomar la correa.

Titubeó, los ojos la miraron, la desearon, la extrañaron. Sin tomarla aún, de la boca del hombre comenzaron a brotar palabras incomprensibles que después se transformaron en esa sinfonía que aún escucho cada noche antes de dormir:

-Me comí el reloj de la abuela, tomé el reloj y me lo comí. Quité la correa, la rompí, me quedé con la máquina del tiempo en la mano. La puse en mi boca, los dientes rompieron el vidrio, el paladar saboreando cada trozo, cada segundo. La boca sangraba disfrutando el momento, este momento sin tiempo. Las manecillas se metieron en mi cabeza, dando vueltas, separadas, libres. Me comí el reloj, disfruté del tiempo, pero aún no sé qué hora es…

La escucho cada noche (su voz). Cada noche antes de poner el reloj bajo la almohada y olvidar los segundos para poder soñar lento.

Miriam Romero

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