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27.9.07

Oscar

Adriana Gracia Flores

Elisa no estaba de acuerdo con el regalo pero ya no podía regresarlo, Claudia, su hermana, ya se había ido dejando en una bandeja el diminuto obsequio.

-¿Cómo es posible que le cumplan todos sus caprichos? – le reclamaba a su madre.- ¿Por qué no le dijiste que se lo llevara, que yo no quiero aquí mascotas, además que inconciencia, pobres pececitos, uno fomenta que esos desgraciados lucren con la vida de los animales? Ya verán. ¿Cuánto tiempo crees que le va a durar?, seguramente pasado mañana se muere si no es que antes.
-Bueno, ya no seas tan exagerada, no tienes porqué enojarte tanto, ¿Ya no te acuerdas cuando tu eras chiquita y te llevaba al mercado? Siempre te embobabas con los peces del acuario y me pedías uno. -Le contestó su madre.
-Sí, pero nunca me comprabas nada.
-Una vez te compré uno que se parecía mucho a éste, tenía rayitas negras y se esponjaba cuando le meneabas el frasquito de gerber, ¿Lo recuerdas?
-Es inútil discutir contigo mamá, supongo que no tengo opción, lo siento por Ana, que va a sufrir cuando se muera.
-Elisa, todos los padres quisiéramos tener a nuestros hijos en una burbuja de cristal y que nada los lastimara, pero hay sufrimientos en la vida que no podrás evitarle y eso lo sabes, no pienses en lo que va a pasar, mejor disfruta con ella el hoy, constrúyele recuerdos bellos que la sostengan en un mañana difícil, ¡Vamos! Si no es para tanto.

Aún molesta se asomó a la bandeja que estaba sobre la mesa, un pececito diminuto nadaba de un lado para otro, nervioso, agitado, como si hubiera entendido qué él era el motivo de la discusión. Era gris con rayas negras, parecía tan frágil.

-¿Y ahora que voy a hacer contigo?, me caes gordo.- le dijo al pez.
-¿Porqué te cae gordo mami?, si está muy bonito, además los peces no echan pelos ni ensucian la casa.

Elisa no se percató de que su hija la había escuchado.

-No corazón, dije que lo vamos a poner gordo, anda ponte el abrigo que iremos a comprarle su comida.

El otoño estaba terminando, una alfombra de hojas crujía bajo sus zapatos, el viento era espeso y repartía cegueras a quien caminara en su contra. La tarde estaba muriendo.

Al llegar al mercado, Ana se soltó de la mano de su mamá y corrió hacia el acuario que en ése momento estaba bajando la cortina para cerrar, ella intento meterse, pero el empleado no se lo permitió.

-Ya está cerrado niña, vuelve mañana.

Elisa apuró el paso y le contestó al joven.

-No te vamos a entretener mucho, solo queremos que nos vendas un frasco de alimento para peces.
-Está bien, ¿Qué tipo de alimento quiere?
-No sé, en la tarde mi hermana le compró un pez a mi hija aquí contigo y…
-¿Sabe usted cuantos peces vendo al día? Es imposible recordar cual compró.
-Si nos permitiera pasar, podría decirle como es.
-Por favor, mi pececito no puede quedarse sin comer.- dijo Ana.

Fastidiado, el hombre encendió las luces del lugar.

-A ver, díganme ¿es como estos?
-No, es como éste de acá.
-Ah, se llevó un oscar, bueno pues comen esto.- dijo al mismo tiempo que depositaba sobre el mostrador un frasco de alimento. -Ya que me hizo quedar más tarde de mi hora de salida, porqué no se lleva la parejita para que le haga compañía o una red o algo así.
-No, muchas gracias, si no creo que dure mucho, otra vez gracias y perdón por retrasarlo.

Llegaron a la casa, abrieron el frasco de alimento y Ana insistió en ser ella quien lo alimentara, Elisa indiferente estuvo de acuerdo.

Al acostarse, Elisa no pudo dormir, como era posible que un insignificante pez tuviera tanta resonancia en ella, daba vueltas en la cama, se tapaba la cara con la almohada, la ponía otra vez bajo su cabeza, los ojos le dolían de tan cansados que estaban.

En su mente rondaba una imagen terrible de su infancia. Sus manitas sostenían un frasco con poco agua, un pez gris flotaba inmóvil, putrefacto. Esa noche soñó con su padre.Había pasado una semana desde que llegara la mascota incómoda, la estación más triste del año comenzaba para la familia, habían pasado veinte años y todavía seguía doliendo como si hubiera sido ayer. El pez vivía con dificultad. Ana decidió llamarlo Oscar, aunque solo ella lo nombraba como tal, seguía dentro de la bandeja de plástico y lo habían colocado sobre un esquinero, Elisa no se había vuelto a acercar a él.

Esa tarde, el frío congelaba los huesos, sentadas en la sala Elisa y Ana jugaban a las cosquillas, la madre de Elisa preparaba un chocolate caliente en la cocina. Entonces Ana se quedó paralizada, sus ojitos miraron con terror la bandeja y después el suelo, asustada gritó:

-¡Mami, Oscar se salió del agua!, ¡Mami, levántalo!, se va a morir, está brincando en el suelo.

Elisa se levantó del sillón, desesperada se agacho para levantar a oscar, pero esté, estaba resbaloso y se movía muy rápido, en cada intento que hacía por sostenerlo se metía peligrosamente abajo del sillón, esos instantes le parecieron horas, por fin pudo agarrarlo, cuando lo acorralo con las dos manos el pez brincó a la derecha y ella cerro el puño para que no escapara, inmediatamente lo coloco en la bandeja, aliviadas Ana y Elisa miraron a oscar moverse. Para la noche, oscar había saltado de la bandeja dos veces más, en todas las ocasiones Elisa había sentido un peligro inminente de pérdida.

-Tal vez deberíamos cambiarle el agua, está muy sucia y por eso nada en la superficie, creo que brinca porque ya no tiene oxígeno.- dijo a su madre.

Entonces buscaron un recipiente más grande, Elisa lo llenó de agua y cambiaron a Oscar con un cucharón de la cocina. Todo regresó a la normalidad, oscar nadaba feliz en el fondo del recipiente y durante nueve días no intento escapar; pero al décimo nuevamente brincó, está vez cayó en la alfombra, Elisa solo tuvo que inclinarse un poco para tomarlo en su mano y depositarlo en el agua, se estaba volviendo experta en rescatar peces del suelo, pero su corazón latía desperado, igual que la primera vez que lo vio junto a sus pies. El procedimiento fue el mismo, la antigua bandeja con agua limpia, y oscar viajando a ella en un cucharón.

Pasaron cuatro días desde la última vez que brincó el pececito rayado y Elisa tenía que hacer algo para evitar que siguiera sucediendo. Al salir de su trabajo se fue directo al acuario del mercado y le contó al empleado lo que le pasaba a oscar, esté le explico que necesitaba una bomba de oxígeno.

¿De que tamaño es la pecera?- preguntó.
-Está en una bandeja. Pensé que no viviría mucho tiempo.
-Los peces duran mucho si los cuidan bien. Mire, si no quiere que el pez viva, déjelo así, un día brincara y nadie lo verá, así se librara a de él, de lo contrario necesita una pecera rectangular, una bomba de oxigeno mediana, una tapa con luz interna para la pecera, una red para transportarlo cuando deba asear la pecera, un calefactor porqué estos peces son de aguas templadas y un termómetro para medir la temperatura que no debe rebasar los 25 grados centígrados.
-¿Todo eso para un pez tan pequeño? ¿seguro no falta nada más?- dijo en son de burla.
-Bueno eso es lo indispensable, ahora que si quiere consentir al pez y que se vea bonita la pecera, podría ponerle piedritas de colores en desnivel y llevarse una o dos piedras huecas de tezontle, porque ellos duermen en las cavidades. También tenemos estas fotografías de fondos marinos que se adhieren al vidrio y hacen sentir al pez como en su hábitat natural, ¡ah! se me olvidaba, estas gotitas son azul de metileno, además de darle un hermoso color azul al agua, también sirve para prevenir infecciones y mantener sano a su pez.
-¿Y cuánto cuesta todo eso que dijo?
-Tengo las cosas por separado o en paquete, si se lleva todo le saldría en trescientos cincuenta pesos, más cuarenta de las piedritas, el tezontle y el azul de metileno. Si se lleva todo de regalo le doy la fotografía adheridle.
-De pura casualidad, ¿cuánto cuesta el pez? Le preguntó Elisa.
-Uno a quince pesos, dos por veinte.

Era sábado, Ana no tenía que levantarse temprano para ir a la escuela, a las diez de la mañana Elisa entró en el cuarto de su hija la cual ya estaba sobre la alfombra jugando con sus muñecas.

-Ven corazón, te tengo una sorpresa.- cargándola en brazos la llevó hasta la sala.
-¿Ya llegaron los reyes magos?, ¿Vino el camello a la casa?
-No, los reyes llegan hasta el seis de enero, cierra tus ojos y no los abras, quiero que veas algo cuando yo diga.

Elisa se detuvo frente al esquinero, colocó a su hija sobre el sillón de a lado y le pidió que abriera los ojos.

-Yupi, yupi, Oscar tiene una nueva casa y esta tapada para que no brinque.- dijo Ana entre risas y aplausos. La mirada de Elisa se torno líquida.

La pecera estaba realmente hermosa, sobre piedritas de colores y con un agua azul, nadaba oscar, la tapa con luz iluminaba calidamente en la oscuridad, los arrecifes de la fotografía acentuaban el ambiente, oscar agradecía tan inmejorable estilo de vida, subía y bajaba veloz durante el día, se paseaba por en frente cuando alguien se acercaba a admirarle y por las noches se resguardaba en las concavidades del tezontle.

Con el tiempo se formó una especie de magia entre Elisa y Oscar, Ana un día dejó de darle el alimento, le molestaba que Oscar no subiera a la superficie cuando le esparcía el polvo, tal y como lo hacía con su mamá. Entonces se convirtió en la mascota de Elisa, llegaba a su casa después del trabajo y contemplaba al feliz pez por horas enteras, eso la llenaba de calma y la ponía de buen humor, Ana cedió sus derechos, la madre de Elisa veía a su hija recuperando el pedazo de infancia que le había sido robada.

El invierno terminó y junto con él se fueron los miedos y la angustia de perder lo que se ama. Oscar representaba la confianza y la fe de que el tiempo existe para cada ser vivo, predestinados o no, ya no le preocupaba averiguarlo, lo único que verdaderamente valía la pena, era disfrutar el hoy.

Dos años después, Oscar había crecido al doble de su tamaño, sus rayas negras eran más anchas ahora, nadaba confiado, orgulloso de su territorio y demandaba su comida cuando se acercaba Elisa.

El calefactor de la pecera se descompuso un día, se dio cuenta porque al acercarse una tarde después de llegar del trabajo para darle su alimento, oscar no salio del hueco del tezontle como solía hacerlo y noto que su respiración era apenas perceptible, entonces se alarmó.

Inmediatamente lo sacó de la pecera, desconectó el calefactor y se dispuso a cambiar el agua, cuando quedó lista, regreso a Oscar a su pecera, más tarde llevó el calefactor con el empleado del acuario y esté le explico qué se había descompuesto el automático, pero que aún podría usarlo si lo desconectaba manualmente todas las noches y lo conectaba nuevamente por la mañana. Así lo hizo cuidadosamente.

Una mañana de octubre, la madre de Elisa enfermó, tuvieron que llevarla de emergencia al hospital, dos días después murió de una neumonía fulminante. Lo que siguió fue muy doloroso para todos. Ana fue llevada a la casa de su abuelita paterna, Elisa decía a sus hermanas que lo hacía para protegerla, para evitarle la pena de perder a su abuelita y disminuir el trauma psicológico, sus hermanas insistían en que Ana debía vivir su duelo. Elisa no lo aceptó.

Después del sepelio todos le rogaron en que debía pasar unos días en casa de alguna hermana o con su suegra, que no regresara inmediatamente a la casa donde había vivido con su madre, que se diera un tiempo para enfrentarse con el nido vacío, Elisa aceptó más que por ella, por Ana, quería distraerla, evitarle a toda costa recuerdos dolorosos.

A los ocho días regresaron a casa, al meter la llave en el cerrojo, un escalofrío le recorrió la medula espinal. ¡Oscar! Todo había sucedido tan rápido, que no tuvo tiempo de acordarse.

Dentro de la hermosa pecera y con un termómetro marcando treinta y ocho grados centígrados, yacía flotando sin vida su adorado Oscar.

Como hojas movidas por el viento, una imagen aterrizó dolorosamente en su cerebro:
Tenía siete años y el mismo frío, la misma desolación, el mismo abandono, sus manitas sostenían un frasco con poca agua, un pez gris flotaba inmóvil, putrefacto. Acababan de llegar de casa de la abuela, nueve días atrás habían enterrado a su padre.


2 comentarios:

El Loco dijo...

Adriana --
me tomé la libertad de editar un poco el cuento:
1) Cambié el interlineado para que fuera más agradable a la vista dentro de la página.
2) Añadí muchos acentos que faltaban, pero de seguro se me quedaron algunos.
3) Cambié un "haber" que debía ser "a ver" en uno de los diálogos.
4) Habían oraciones que eran demasiado largas. Realmente eran más de una oración sin punto final. Lo corregí.

Para la próxima, (esto aplica para todo el mundo) cuando hagas el copy paste, porfa ponlo en interlineado sencillo porque se ve mejor en el formato de la página. Sobre todo si es un texto en prosa.

El cuento está chido. Me da risa lo de que todos los artefactos para el pez son mil veces más caros que el simple pez.

Creo que los diálogos son muy buenos.

Es todo. Espero que no te haya molestado mi intervención quirúrgica en el texto.

att.
Nicole

El Loco dijo...

pd. también le añadí las rayitas a las partes que son diálogos. Y por qué es separado y con acento cuando es al comienzo de una interrogación.