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1.10.07

Sueño para M.

Diego Álvarez

I
La negra vorágine del cielo raso,
amor, se enredaba espesa en tu cabello.
No habìa estrellas, pero si mirabas lejos,
podías sentir un eco oscuro y doliente.
¡Grito de asfalto que se ahogaba en la sombra!
Y más allá de las voces de la ciudad,
pálido reflejo encerrado en tus ojos.
Tus ojos abiertos, tus ojos cerrados:
párpado nebular que escondía la luna.
Yo oía los ecos reventando en tu cuerpo,
y la negra vorágine te pintaba.
La noche impregnaba su grito en las calles.
Estridía en tu cuerpo un vacío alarido
de sombras; fino trazo de tu contorno
emergía fugaz. Contorneaba tus piernas
y tus pechos; y, por un momento, el eco
doliente resonó en mis pupilas. Supe
entonces que, en un beso a mitad del vacío,
voces voraces no significan más que
un augusto silencio y luego eternidad.

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